Según el economista y escritor nonagenario José Luis Sampedro, habría que sustituir el término “jubilación” por el de “segunda vida”. Es una de las muchas reflexiones que hace en compañía del cardiólogo Valentín Fuster en el libro LA CIENCIA Y LA VIDA, coordinado por la periodista Olga Lucas. Su lectura, en particular el capítulo “La Segunda Vida”, es muy recomendable para los que están en la edad de jubilarse y para todos los estamentos de la sociedad. Porque la sociedad no facilita la actividad de los mayores. A Valentín Fuster no le gusta la palabra vejez y deja bien claro que la vejez y la edad son cosas diferentes. Para él la vejez es la disminución física e intelectual. Ocurre antes si uno se dedica solo al ocio cuando se jubila y tarda más en llegar cuando mantiene una actividad. Sobre todo una actividad con la que se siente útil. Por experiencia Fuster sabe que el jubilado ocioso muere más deprisa que si continúa haciendo algo. Baja su autoestima, y le lleva al aislamiento, a la depresión y a la neurosis.
Fuster dice, “Por eso tenemos que estar preparados para ejercer nuestro talento en una segunda fase de la vida”. El cardiólogo ve dos formas para encarar la segunda vida. Una es seguir ejerciendo la profesión que uno tenía antes de jubilarse, pero de otra forma, a otro ritmo y con otro nivel de responsabilidad y dedicación. Se trata en general de personas con una profesión intelectual. Y otra es iniciar la segunda vida en un campo totalmente distinto, y da el ejemplo de un picapedrero a quien quizás podría gustarle meter barquitos en una botella. Fuster pregunta a Sampedro lo que opina del voluntariado. A lo que el economista contesta que está a favor mientras no conduzca a abusos.
La sociedad también debe preparase para “reubicar al individuo”, opina Fuster, y si no lo hace, “dentro de 50 años, tendremos una sociedad (tecnológica) gestionada por máquinas y la gente completamente inútil, cuando en realidad se necesitan servicios sociales, servicios de todo tipo. Una sociedad envejecida con mayor demanda de servicios sociales, que paralelamente se permite el lujo de despreciar y desechar precisamente lo que más le falta”.
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